POETA DEL ENAMORAMIENTO VIRGINAL
Por Timofeo Coliríadez
Una noche lóbrega de invierno ha
descendido sobre un pueblo marítimo de España. Sopla un frío viento boreal
llamando a las ventanas como huésped inesperado. “Los espíritus aúllan”, parece
que está diciendo la anciana rusa Eufrosinia desde el cuadro del famoso pintor A.
Tutunov. Los habitantes de la villa duermen profundamente y solo en una ventana
se divisa una llamita. Al mirar por la ventanita, te sorprenderás: no es una
lámpara de neón ni halógena la que luce, sino la vela del amor empíreo en el
corazón del poeta ardiente.
A un pancista la noche le provoca
un miedo existencial. La noche parece un ensayo de la muerte: le atormentan el
insomnio, los recuerdos del tiempo que perdió en vano, los pensamientos sobre
los años vividos y sobre lo poco que ha podido hacer. Siente en su corazón que
se acerca la vejez y la defunción está próxima. Cada susurro nocturno le hace
temblar: ¿no ha venido el ángel de la muerte a por su alma?
“La noche, como las puertas de la muerte, es vencida por el
enamoramiento virginal”, escribe el poeta ruso-español Juan de San Grial en
su diario a las dos y media de la madrugada.
No duerme por la noche porque
está enamorado. Deifica a su Bienamada como un joven de quince años. ¡¿Pero qué
digo? ¡Miles de veces más! Como Orfeo a su Eurídice, como Adonis a Afrodita
Urania… El poeta ardiente Juan de San Grial no duerme por la noche, ya que ante
los ojos de su corazón está la Dama del Amor Fino.
La adora, palpita ante ella.
Te preguntarás: “¿Quién es ella?”.
Y escucharás en respuesta: “Por la Dama hermosa de Amor Fino, la Madre de los
dioses, no da miedo pasar por las puertas de la muerte. Su amor es tan grande
que uno está dispuesto a dejar todos los valores de este mundo y convertirse en
un simple peregrino con una alforja a la espalda”.
Los preceptores mayores
explicarán a un chico enamorado de quince años (sean sus padres llenos de
experiencia terrenal o un cura de la iglesia de ‘La Virgen de la Piedad’) que
el enamoramiento es un sentimiento temporal que un día pasará y dejará solo una
costumbre, obligaciones y deberes.
Juan de San Grial, tacha y rebate esta sabiduría mundana. El
enamoramiento –en caso de que sea puro, de que esté privado del bacilo de la
lujuria– no se debilita nunca, pero a medida de que el corazón se purifique del
mal, crece en progresión geométrica. El poeta auténtico está ardientemente
enamorado y lleva la vela de Minné encendida y puesta en el corazón. Y si tú,
amigo mío, no puedes dormirte por la angustia y es entonces cuando tu mano se
tiende hacia el teclado para componer un opus poético más, no eres un poeta,
sino nada más que un poetastro miserable.
Cada uno tira a un sitio
(la intuición no engañará).
Los caballeros requetepreciosos,
a la Virgen Madre de Mil quinientas
hipóstasis.
Unos a kamikaze, otros a samurái,
y hay quien a custodio del Santo Grial.
(“Cada uno
tira a un sitio…”)
La poesía no ha de contener ningún pancismo, conformismo ni falsedad.
El poeta verdadero es aquel cuyo corazón está cambiado, igual que fue sustituido
el corazón del antiguo profeta Isaías, cuando el mensajero del cielo sacó su
corazón viejo y puso en su sitio un carbón ardiente. El poeta verdadero es un
sol vivo y abrasador encarnado. El poeta verdadero puede ser solo un profeta,
cuyas palabras descienden del cielo como si fueran pergaminos ígneos.
Fuera la usurpación, la lujuria y
la malicia.
¡Libertad! ¡Igualdad! ¡Virginidad!
¡Hermandad!
Fuera las ceremonias rituales de
brujería.
¡Nuevo cielo y Nueva humanidad! […]
¡Fuera el racionalismo, el interés, el robo, la disputa!
Adorar al príncipe de este mundo no
es obligatorio.
Fuera perspectivas fatales de
programas ancestrales.
¡Alégrate, teoántropos, alégrate!
(“Los seres humanos son hermanos
en el Padre y la Madre celestiales”)
Comparo a Juan de San Grial con
el profeta Mahoma. El mundo actual no sabe casi nada de él. No fue un legista
ni racionalista que editó prescripciones formales. Las primeras suras del
Corán, no corregidas, fueron pergaminos de inspiraciones poéticas. Mahoma no
dormía por la noche, pues su corazón ardía de amor…
Cerca del pueblo marítimo, donde
por la noche arde y no se consume el poeta del enamoramiento virginal, Juan de
San Grial, se percibe el espíritu de su hermanado misterioso, el místico sufí
del Califato de Córdoba, Ibn Arabi. Su poesía, igual que la poesía de Juan de
San Grial, está penetrada por el enamoramiento de la Virgen Celestial, la
Sabiduría Divina personificada.
“¡Bravo, bravo, bravísimo
a nuestra Madre-Virgen
Generalísima!
¡Maravilloso, grandioso grandísimo!
¡Magnífico, grandioso!”
a nuestra Madre coronada.
Los opus de Mozart a Ella están
dedicados por Su mérito.
¡La Teocivilización musical se está construyendo!
(“Bravo,
bravo, bravísimo…”)
Cada uno
contempla a Aquella, sobre la que el antiguo rey israelita Salomón manifestaba
que era la Hermosísima entre las mujeres, ya no puede clavar los ojos en la
pantalla de la tele, zapeando con aburrimiento los canales. Sofía Eterna se
convierte en una pantalla blanca, donde el poeta lee la situación actual de la
Tierra. Concede al enamorado el don de mirar con sus ojos, amar con su corazón.
Solo este puede ser un auténtico poeta, quien ha recibido de la Madre Celeste
el don del gran corazón de bodhisattva. Su poesía tendrá capacidad sanadora.
Sin leer los
periódicos, Juan de San Grial siente el dolor de los habitantes en Donbás, los
sufrimientos de los presos en las celdas solitarias… Con un corazón así es
imposible dormirse, ya que el amor ardiente hacia los habitantes de Moscú y
Barcelona, de Zagreb y Novosibirsk inquieta desde dentro, y la rima
teoinspirada nace por sí misma. En las líneas se plasma el mensaje de una
esperanza luminosa, del consuelo.
Teoengendradora, salva a los
imbéciles del lugar,
que ya llevan cinco horas ante la panadería haciendo cola. […]
Salva a los oligofrénicos
prohumanoides
junto con el montón de prisioneros
de guerra en Ucrania, condenados.
A conservadores, progresistas.
Al adolescente que hace dedo en una autopista.
A la abuelita con la pierna
atascada en arenas movedizas de un metro de profundidad.
A la camarera del restaurante “Aristóteles”. […]
Al invalidito que no tiene con qué
comprar medicinas,
para que en lo sucesivo no se
apasione por la magia…
Y mientras más sellos bastardos,
más esperanza en un futuro con gran anhelo esperado.
(“Oración sui
géneris
a la
Teoengendradora”)
Leyendo las
estrofas del mensajero ardiente embriagado de amor, uno mismo se pone a arder.
La mirada se ilumina y la mañana se convierte en el inicio de una nueva vida.
Creo en el amor, que cura
incondicionalmente,
que enciende la vela inextinguible,
en la media noche Nupcial.
En el Padre del Amor Puro y en la
Madrecita
fiel y abnegada.
En la bondad y el amor superante
creo
y lo sé: el mundo será más bueno después
de la fase agónica del mal.
La electricidad de las pasiones oscuras por sí misma se
apagará.
La faz de los terrestres se
iluminará cincuenta veces y más.
Los delfines se alegrarán en los
espacio marinos:
¡La Teocivilización! Por fin los
bípedos volverán en sí
y se declararán su amor unos a otros en
Google.
(“He salido
de la crisis”)
Viajando en
avión a Amsterdam, asistiendo a un foro económico en Madrid o esperando el tren
a Zaragoza en la estación de Cartagena, lee el mensaje ardoroso de los versos
del profeta español y vas a vivir y no morir. Vas a arder en la noche y no caer
en la modorra.
¡Amigo mío,
se acerca el amanecer de un nuevo calendario! Tienes en tus manos la guía de
una nueva vida sin mal y sin la putrefacción de la muerte. Arde con el amor no
terrenal, como un cisne blanco en el castillo de Neuschwanstein. El reloj ha
dado la hora de la inmortalidad, y el terrestre se ha transubstanciado en una
divinidad leyendo el libro de iluminaciones del poeta teoinspirado.
El amor vence a la muerte.
Yo por amor estoy dispuesto a morir
por el prójimo.
La muerte es pícara, mentirosa,
embustera.
Con Minné nunca se llevará bien […]
La muerte tiene sus leyes, razones
y códigos de honor.
Aunque te ahorques por miedo a ella.
Pero Minné expulsa al huésped
indeseado,
desvela sus intrigas malditas.
Prohíbe las listas de fusilamiento,
los suicidios y las guerras,
y la muerte se bate en retirada, como víbora venenosa.
La gente teme a la muerte, y la muerte
teme al
amor virginal.
¡Deifica a la divinidad de Minné inmortal!
(“El amor
vence a la muerte”)
Prólogo del libro EL PERCEVAL ÍBERO
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